
Aguas
“Estuvimos toda la noche tapándonos los oídos y tocándonos el corazón con las manos para que no se nos soltara de miedo, oyendo las piedras inmensas que la creciente arrojaba contra la pared más gruesa de la casa”.
Para que no entre la muerte.
Daniel Moyano
El agua, cuando comienza la escritura, es calma y seduce como un recibimiento. Apenas una lluvia nocturna en las sierras chicas cordobesas. Pero llueve demasiado, desde todos los rincones, parece.
“Es difícil saber cuándo la repetición de algo que era bello se vuelve inquietante”: es la primera transformación del paisaje y de la relación de la mujer con el paisaje.
El aliento del texto es singular y distintivo. Hay un tono justo, ajustado quizás, a los vaivenes de la narración: una voz narrativa en segunda persona: “pensás que debe ser otra cosa, que te has confundido”; esa intimidad, esa cercanía de una voz que narra, que dice, que advierte lo que va sucediendo vertiginosamente, dice la tragedia creciente pero también se apropia de ella: la voz que narra a quien está cerca, peligrosamente cerca, intuye, ve, presiente y expone el tiempo de la creciente y el espacio que la ferocidad del agua transforma.
Entonces la voz que narra es el paisaje que ya no es, devorado por el paso tempestuoso, desaforado, del nuevo río, la desmesura que arrasa.
Advienen las voces, la confusión de voces. El paisaje es un remolino y el lenguaje se ha vaciado de sentido para decir su quiebre, su implosión, sus interjecciones vanas.
Cuando se pierden los contornos reconocibles saturados por el ímpetu del agua, el nuevo sitio es fantasmal:
“Cada tanto, un auto pasa rompiendo la oscuridad. Se ven los faros como si anunciaran algo. Se siente la fuerza del motor luchando contra un suelo que ha desaparecido. Te preguntás dónde van. Esas luces son casi fantasmas. “
Lo que sobreviene, como en el cuento de Moyano, es el paso de la realidad tranquilizadora, reconocible, a la sobrerrealidad del paisaje inhabitado. La inquietud, se dice en el texto: aquello que ha devorado los quietos días. Como la escritura, se dice en el final del texto: aquello que ha venido para inquietar al lenguaje.
Almeida Eugenia, Inundación, en Inundación, El lenguaje secreto del que estamos hechos. A/E Ediciones DocumentA/Escénicas. Córdoba. 2019.


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