Una verdad extraviada
“Hay una escena en El juguete rabioso donde Astier cuenta los billetes de su primer robo.
Aquel dinero, dice, me hablaba con su agresivo lenguaje.
Para ganar esa expresividad, el dinero tiene que estar ligado al delito y la transgresión.”
Ricardo Piglia, Crítica y ficción
Hernán Díaz, un argentino en Nueva York, escribe, en inglés, sobre el dinero, esa convención ilusoria que, sin embargo, puede transformar las formas de la realidad hasta convertirla en su propia creación. Al menos eso piensa el magnate que se sitúa como centro gravitacional de las novelas: el plural señala la estructura misma de Fortuna, dividida en cuatro relatos distintos en su modelización y su aliento narrativo.
Cuatro libros yuxtapuestos que se cruzan y conectan para constituir las napas de la novela plural, con voces que se dejan escuchar nítidamente diferenciadas, que solicitan a su vez ser atendidas por cuatro lecturas: la sofisticación, la solidez y el vuelo narrativo de Díaz parecen crear, en cada segmento, un lector distinto; Fortuna propone una arquitectura tan elegante como sorprendente, que se deja atravesar por esas miradas diversas que la misma escritura construye y sostiene.
El primer cuerpo, Obligaciones, escrito desde una prosa acumulativa y lineal, tan compacta como los mejores textos del comienzo del siglo XX, merodea la figura del magnate Benjamín Rask y su esposa Helen. La minuciosa perspectiva de Harold Vanner, que firma ese relato, deja ver los costados sombríos del hombre que se construye a sí mismo desde el poder egocéntrico y la relación intrigante y opaca con su esposa. La historia focaliza la lucidez y el desprecio que le sirvieron para alentar y luego eludir el crack de 1930: “En medio de la desolación generalizada, entre los escombros, Rask era el único superviviente. Y más poderoso que nunca…” (1)
La segunda narración, firmada por Andrew Bevel, es una autobiografía en la que el poderoso hombre de negocios contrasta el primer texto salvando su figura y la de su esposa desde una prosa fragmentaria, desordenada, que deja ver el proceso de su escritura rústica y el afán virulento por instalar una verdad sobre sí y sobre su esposa Mildred, “a quien su salud siempre delicada le habían conferido esa sabiduría inocente pero profunda de quienes, como los niños o los ancianos, están en los márgenes de la existencia” (2)
Es en la tercera novela dentro de la novela donde los lectores que logra prohijar Díaz comienzan a dejarse interrogar por el texto: ¿Puede la literatura decir una verdad sobre lo real? ¿Es posible biografiar? ¿Qué voz es más verosímil en el texto coral que se despliega? Quien fue la secretaria de Bevel cuenta, en un tiempo que ya se acerca más al final del siglo XX, su trabajo narrativo: contar la historia del magnate, reconstruir su imagen y la de su mujer según los dictados del jefe. El contraste de narrativas pone en ebullición la textualidad, pero también agrega otra serie novelesca: el padre de Ida Partenza, la secretaria, es un anarquista italiano exiliado en Nueva York, activista de las causas contra el inabarcable sistema financiero, lector de Marx. Esa serie agregada cuenta la invisibilización de las luchas socialistas en las primeras décadas del vértigo financiero estadounidense; cuenta también la tensión entre esclavización y capital, resuelta violentamente en esas décadas, hasta la victoria del silenciamiento. Ida está en el centro de esa tensión filosófica y política, pero también económica, porque se discute la noción misma de dinero. Y desde ese sitio escribe, potenciando el vigor conceptual de la novela: “Me acuerdo de mi padre. Siempre me decía que todo billete de dólar se había impreso en papel arrancado de la escritura de venta de un esclavo. Todavía lo puedo oír: “¿De dónde sale toda esa riqueza? De la acumulación originaria, del robo fundacional de tierra, medios de producción y vidas humanas…” (3)
El cuarto libro está allanado por otra escritura. Es el espacio de Mildred Bevel, que ensaya un diario íntimo más cercano a la sensibilidad poética, enunciado desde el dolor de su decadencia física y desde la agudeza de su mirada artística, que repasa libros, músicas, paisajes y nociones intelectuales con una lucidez que no aparece en ninguno de los otros personajes que la trama desgrana. La figura de Mildred alcanza mayor estatura cuando sabemos, desde su confesión, que era ella quien decidía las operaciones financieras más audaces y certeras de Bevel, preocupado por agigantar su imagen y opacar la de Mildred, recluyéndola al sitio decorativo de la beneficencia.
La mujer que el sistema opaca también es marca brutal de la naturaleza patriarcal del poder financiero.
La debilidad de la mujer, en su cama, contrasta con lo que su escritura suavemente poética proyecta: una mirada profunda y sensible, artística, de humana intensidad, alejada del universo patriarcal de la riqueza sin límites: “Los dedos hábiles de la ardilla, los colores fragantes los pétalos, el pico de piedra incrustado en la cara del pájaro y la hermosa inverosimilitud de su vuelo. Todas las peculiaridades de la vida son resultado de una larga serie de mutaciones. Me pregunto en qué me convertirán las células que están mutando dentro de mi cuerpo, sino me mataran antes.” (4)
El capital
Una de las zonas más inquietantes de la novela expone el concepto del magnate retratado y autorretratado: el verdadero poder del dinero, cuando se convierte en “capital que engendraba capital que engendraba capital”, es que puede modificar ciertas formas de lo real, moldear los hechos, sus consecuencias o interpretaciones según la conveniencia del poderoso. La reescritura de la vida de Bevel y su esposa Mildred, con otros nombres, desde diversas voces, con relatos que antagonizan, pone en escena esa maquinaria que fuerza y opera sobre lo que se dice y nombra. Hasta que aparece el diario de Mildred, como un socavón que hace temblar toda la arquitectura de rascacielos diseñada por su esposo.
La discusión sobre la noción de dinero explota en los discursos antitéticos de Bevel y el padre de Ida. Es la tensión, potente en el comienzo del siglo XX, entre los intereses del capital financiero y las convicciones del socialismo y el anarquismo, desplegados en Estados Unidos por la enorme inmigración italiana.
El padre de Ida recupera las lecturas de El capital: “El dinero. ¿Qué es el dinero? Bienes de consumo en forma de pura fantasía. Marx tenía razón: el dinero es una mercancía fantástica. Una fantasía. Ni lo puedes comer ni te abriga, pero representa toda la comida y toda la ropa del mundo. Por eso es una ficción. Y eso lo convierte en patrón con el que valoramos todas las mercancías. Las acciones, los valores bursátiles y toda esa porquería no son más que promesas de un valor futuro. Así pues, si el dinero es una ficción, el capital financiero es la ficción de la ficción de una ficción. Con eso comercian todos esos criminales: con ficciones.” (5)
Una escena del tercer relato cifra y condensa la sensación de Ida en el sitio donde el dinero es omnipresente: “Aquella noche experimenté por primera vez la fría exaltación del lujo. No me limité a verla: la sentí. Y me encantó. Nunca había estado sola en un automóvil de noche. Al otro lado de las ventanillas, Nueva York iba y venía en completo silencio. Si me reclinaba, la ciudad desaparecía al otro lado de las cortinas de terciopelo. Los peatones, movidos por la curiosidad de ver quién era el pasajero, se asomaban al interior en los semáforos. Me encontraba en la calle y al mismo tiempo en un espacio confinado” (6)
Cuando el avance del capitalismo en todas sus formas llega a la construcción de la subjetividad, releemos el discurso del anarquista pensando que la vida humana no puede pensarse ya fuera del dinero, ni fuera del concepto instalado de capital. Releemos el discurso del padre de Ida pensando, desde este siglo, que es más pensable el fin del universo que el fin del capitalismo. Aunque la voz del exiliado italiano siga sonando como verdadera.
Y pensamos también, leyendo a Hernán Díaz, recuperando su propuesta de novela múltiple, de lectura plural, de escritura que aborda estilos para salirse de ellos buscando otras formas, siempre provisorias de decir, que el dinero y el lenguaje juegan una partida clave en la noción misma de civilización, como convenciones, construcciones, acuerdos tácitos y fluctuantes, invisibles, tejidos también con los hilos de la ficción o lo ilusorio, que disputan y modelan el sentido de lo real.
Díaz Hernán, Fortuna. Anagrama, Barcelona: 2023. Pág. 92
Díaz H., op. cit. Pág. 179.
Díaz, H., op.cit. Pág 328.
Díaz H. , op. cit. Pág. 399.
Díaz H., op. cit. Pág 242.
Díaz H., op. cit. Pág. 364.