Adoctrinamientos
“Un buen político hace que alguien viva mejor;
un buen médico hace alguien se sienta mejor;
un buen educador hace que alguien sea mejor”
S. Bauman.
Detectar adoctrinamientos en educación es el oficio nuevo de quienes desconfían de la libertad de cátedra. Libertad sin la cual la educación no sucede.
Poner en discusión, promover el juicio crítico, escuchar, contraargumentar, son los modos naturales de la respiración del aula; por eso imponer, censurar, repetir acríticamente son su ahogo. El solo acto de postular adoctrinamientos en educación y, peor aún, el intento de promover denuncias o señalamientos desde la comodidad telefónica dejan en evidencia el desconocimiento de la naturaleza misma del hecho educativo y del rol del educador en esa construcción.
No sin interés ni intención se ha construido un sentido común alrededor del trabajo docente, entendiéndolo como el de un libre pensador que tiene a disposición estudiantes que escuchan, anotan y repiten lo que dice. Tal como ha observado Martín Kohan, ni hay palabra autoritaria, ni hay mentes vacías para llenar con discursos únicos, que son los elementos que necesitaría cualquier adoctrinamiento. Y si existiese alguna excepción, es decir, un caso, además de confirmar la regla, el mismo sistema educativo (imperfecto y objeto de crítica como todo dispositivo donde intervienen seres humanos) tiene resguardos para su solución. Es probable que quienes huelen adoctrinamientos con la obsesión de los canes policiales desconozcan que los docentes, formados en institutos por otros docentes, intervienen colectivamente en los diseños curriculares y presentan planificaciones que los directores supervisan; sus clases, que no son a puertas clausuradas, se constituyen como un diálogo entre ese diseño y su plan, no como un despliegue de pareceres o posicionamientos. Hay otros supervisores claves de su trabajo: los otros docentes, con quienes debe articular sus estrategias y los estudiantes, que nunca tienen la cabeza vacía ni las palabras alquiladas.
Ese dispositivo, que valora el cruce inteligente entre planificación y libertad, es el escenario donde la educación, entendida como posibilidad cierta de transformación y no solo de reproducción, tiene lugar.
Si las carencias de la democracia se solucionan con más democracia, los pesares de la educación se solucionan con más educación libre, de calidad, plural. El acto educativo se sostiene desde la confianza entre sus actores; hacerlo reposar en la desconfianza contribuye solo a su vaciamiento.
Quien escribe estas líneas, luego de desandar décadas de docencia y recoger la experiencia de muchos años en la dirección de un instituto de formación docente, puede dar cuenta de que es ahí, en las aulas, donde a veces ocurren ciertos milagros. Pero nunca sin confianza, sin libertad, sin estrategias compartidas y consensuadas.
Hace varios días que veo el busto de Sarmiento, en la plaza de mi ciudad. Ese “ceño fruncido y ese labio inferior hacia afuera, con el que aparece en los cuadernos infantiles y en el frío del bronce”, como lo describió alguna vez Daniel Moyano, me pareció más pronunciado en estos días. Claro, el sanjuanino, vehemente para opinar y fanático para hacer, no auspicia censuras ni persecuciones educativas, y cuando escuchó hablar de denunciar adoctrinamientos o de sospechar manipulaciones, más fruncido tiene el ceño, más enojado aparece en los cuadernos y en los bronces. No es para menos.
*Nota Mestiza: invitamos a leer más sobre Sergio Colautti en su cuenta de Instagram , porque creemos profundamente en la necesidad de pensar en conjunto.