Una mirada sobre la cultura del trabajo

Opinión 06 de octubre de 2023 Por Josefina Blanco Pool
Un texto que nos invita a re-pensar los vínculos con el trabajo en la sociedad posmoderna.

La productividad acelerada del capitalismo nos invita a pensar que los modos de relacionarnos en la sociedad se vuelven más eficientes y dinámicos. Las comunicaciones alcanzan personas y objetos a lo largo del mundo, dando esa idea de inmediatez y cercanía a un mundo abierto y globalizado que llegamos con un like, un me gusta o una suscripción. Vivimos tiempos colapsados de informaciones, tiempos delineados y homogéneos, que cosificados en las instituciones y en los vínculos, naturalizan ciertas maneras de ser y estar en el mundo

Sistemas de creencias, cerrados y construidos al pulso de épocas, estereotipos y valores como constructos de realidades; sociedades y culturas que se encuentran rectificadas y sumidas en la total apatía y desconexión medio ambiental. Entrelazados de instituciones y de relaciones instituyentes vamos reproduciendo modos legitimados de un orden social con estructuras, funciones y roles asignados. Vamos siendo parte de un todo que nos permite ser parte de un mundo integrado, caótico y desigual.

La supervivencia encuentra un lugar común como un modo en que las exigencias sociales, culturales y simbólicas, colonizan nuestra vida y nuestras prioridades, marcando lo importante, lo efímero y lo intranscendente. Atentos a las lógicas del cambio y en anhelo del mérito y del éxito, como pilares del capitalismo, vamos naturalizando rituales y costumbres para conjugar las predicciones de las sociedades modernas y encajar en un mundo dominado de “deberes ser”, de oportunidades que realizar y sueños por alcanzar. En esta vorágine darwiniana vamos solidificando estas acciones como naturales y necesarias, encontrando sentidos comunes a la existencia de las mismas y mostrándonos proactivos a incorporarlos en nuestras subjetividades. Y es allí, donde la noción de trabajo cobra un crucial sentido referencial en nuestra existencia: ¿Cómo y desde cuándo? ¿Bajo qué elementos significantes pensamos el trabajo como pulsión necesaria en nuestras sociedades?  Y así podemos ver como los discursos de las disciplinas sociales, la necesidad de un orden social y el progreso de los Estados y la institucionalización del cómo y qué es el trabajo en la historia, han sido fundamentales para comprender el impacto que este tiene en nuestra vida.  

Mucho se ha escrito y debatido sobre el trabajo y las órbitas desde las cuales pueden interpretarse los alcances del mismo, mucho se ha dicho de la importancia que tiene como un ordenador social que -en miras de la productividad- nos permite integrarnos en un mundo de prestigio social, de ascendencia económica y de reconocimiento social frente a los otros. El trabajo sería por lo tanto un dinamizador social que nos posibilita a su vez acceder a una estructura y funciones determinadas, a una comunidad con sentidos de pertenencia, nos habilita derechos y nos dignifica, y esto nos permite “empatizar” con otros en un ámbito común. Frente a estas máximas consagradas y legitimadas, el trabajo se nos presenta como un destino programado y necesario en la existencia, se establece como una prioridad que debe canalizar las exigencias sociales y modos culturales de productividad, quedando subsumidas la creatividad, la libertad y el conocimiento.

Este espacio tan ínfimo a lo singular y lo propio, frente a lo esperable y homogéneo, nos invita a cuestionarnos la cantidad del tiempo que le dedicamos al trabajo, y si podemos alentar formas alternativas de desarrollo basadas en una redistribución social del mismo diferente. Replantearnos la cantidad del tiempo destinado y la ética del trabajo en nuestras sociedades, nos debería permitir acercarnos a formas más empáticas, libres y congruentes. Alternativas más saludables, menos consumistas, con tiempos para el ocio, la creatividad y la solidaridad.